ensayo sobre la insatisfacción que nos trae ser nosotros mismos
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La consecuencia de este abandono de la espontaneidad
y de la individualidad es la frustración de la vida
-Erich Fromm
Antes de dormir, ya has pensado en la ropa que usarás mañana al despertar. Tu día está lleno de horarios por cumplir, tareas que, en tu desesperado intento por no pensar, te esmeras en cumplir.
Ya dejaste la cerveza porque piensas en bajar de peso. Aunque te mueras de ganas por ir a esa fiesta, es mayor tu ego al decir que “tienes demasiadas cosas que hacer” como para poder asistir. Hasta te inscribiste a un club de lectura aunque solo te guste pasear por ahí y tomar unas fotos para tus stories de Instagram.
¿Para quién hacemos todo este performance? ¿A quién esperamos impresionar con nuestros rostros parecidos y discursos repetidos?
Si vivimos en los tiempos en que nada tiene sentido, solo es. Y ese ser tiene que doler, tiene que costar, tiene que hacernos escapar de los placeres de estar vivo.
Porque nadie se queda ayunando porque quiere, sino porque un cuerpo delgado no tiene el suficiente mérito si no hay sufrimiento detrás.
Necesitas una historia para moverte, una justificación para cambiar, porque no soportas el hecho de estar vivo y ser imperfecto. Todos queremos ser atractivos, hacer crecer nuestro capital social mediante la superficialidad, matando nuestra verdadera esencia con tal de encajar, y nadie está exento.
En la era de lo inmediato, cambiamos a cada momento, estamos condenados a renacer cada cinco minutos y no nos es permitido aceptarnos en la falibilidad de ser humanos.
Tu mejor versión no eres tú en un día de pijama. Tu mejor versión no es la que hizo el ridículo en aquella fiesta ni la que se encierra en el baño a llorar porque no puede más con la carga de su existencia. No. Esas son siempre versiones de ti que no pueden existir más. Tu pasado es la principal razón de tu progreso, pero nunca estás lo suficientemente satisfecha con ello, así que tu existencia no estará justificada jamás.
Dentro de un año te verás en fotos y pensarás “qué fea era entonces, ahora ya no más” y lo repetirás en tanto pase el tiempo como un ritual de autodestrucción, un proceso catártico, como nos gusta llamar a nuestro lento descenso a la locura. Nunca existe el ahora, nunca existo yo, siempre es la versión que quiero, la versión que los demás piensan de mí, las cosas en las que puedo cambiar y los proyectos que puedo comenzar.
Pero, ¿qué pasa cuando nada de eso me hace sentir viva?
Para Christian Gottfried Ehrenberg, naturalista y zoólogo, la depresión comenzó su ascenso cuando las sociedades nos empezaron a ordenar que seamos nuestra mejor versión. Nunca podemos estar a la altura, y estamos cansados de tener que convertirnos a diario en nosotros mismos.
Nunca somos un producto completo, siempre tenemos algo que podemos mejorar. Llámense kilos de más o problemas mentales severos, siempre tenemos que deshacernos de algo que tenemos. ¿Hasta qué punto existimos, y hasta qué punto dejamos de ser al reconstruirnos una y otra vez? ¿Cuántos retiros más de Ayahuasca necesitas para dejar de tener ese carácter de la chingada? ¿Qué tantas operaciones necesita tu cara para que puedas mostrarla sin filtro? ¿Cuándo dejarás de pensar en la ropa que te pondrás mañana, que al final guardarás en el ropero para usar cuando estés más delgada?
Pienso en esta forma de vivir como equivalente al suicidio. Individuos que nunca se aceptan a sí mismos, matándose a diario con tal de encajar. Personas que simulan satisfacciones creadas alrededor de la estética, de la apariencia, pero que nunca se han sentido más vacíos por dentro. Inclinados a la insatisfacción perpetua, a las ganas de morir, para al menos así poder salir de la rutina autoimpuesta.
Reconozco que ensayar sobre esto no me hace tener mayor esperanza en nuestros tiempos posmodernos. Al final del día, solo soy una chica sobrepensando detrás de una laptop, aquí sí, sintiéndome viva.
Porque de esta depresión solo podemos escapar encontrando en nosotras mismas la paz. Haciendo que nuestras acciones valgan por lo que nos hacen sentir y no por lo que nos hacen ganar. Bailando porque así el cuerpo se siente bien. Cantando porque el alma se libera de solo hacerlo. Escribiendo para descifrar la vida y reírme mientras paso tiempo conmigo misma, sin necesidad de gritarlo al mundo por aprobación.
Creo que somos, en el fondo, esos momentos en los que nadie nos está mirando. Por eso me caigo mejor cuando estoy con los otros. Por eso no me gusta quedarme a solas, porque reflexiono. Porque quien soy para la vista ajena es una persona que no conozco, y con la que no me vería hablando por gusto si me la encontrara.
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