La prevalencia de la procrastinación en la sociedad contemporánea
![un señor un reloj y un papeñ](https://static.wixstatic.com/media/5269e9_e434196e3fe74ce9be7c85c3490822ae~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_551,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/5269e9_e434196e3fe74ce9be7c85c3490822ae~mv2.jpg)
“La verdadera generosidad, en relación con el futuro,
consiste en dárselo todo al presente”
-Albert Camus
Procrastinación. La palabra de moda. El pseudodiagnóstico de un mal psicólogo. La excusa perfecta para quienes no tienen disciplina, motivación o presión suficiente encima.
La procrastinación se define como la postergación voluntaria de los deberes, y más que un problema de gestión del tiempo, es el síntoma definitivo de una sociedad deprimida. Cinco minutos de atención es el promedio de lo que podemos vertir en una actividad sin querer intentar otra. Cinco segundos bastan para determinar si un TikTok nos gusta o no y decidir pasarlo de largo.
Somos la generación de la instantaneidad y de la decadencia de los contenidos, donde nada perdura y con cada hora que pasa, todo pierde sentido.
Nunca en la historia de la humanidad habíamos tenido tanto libre albedrío, pero ahora no tenemos la menor idea de qué hacer con nuestras vidas; nuestras acciones parecen predispuestas por un algoritmo, y nuestras rutinas, definidas para ser afines al sistema capitalista.
En tiempos donde solo existe el aquí y ahora, no es de extrañar que nuestra parte humana busque cualquier excusa que nos permita creer en el día que está por venir, aunque esto no nos haga sentir ni un poco mejor al respecto.
La realidad es que estamos viviendo más años que nunca, por lo que, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la planificación para el futuro lejano no fue necesariamente esencial.
Para el psicólogo Hal E. Hershfield, las personas solemos ver a nuestro yo futuro como algo distinto de nuestro yo presente, lo que provoca que demos menor valor a las recompensas futuras en comparación con la gratificación inmediata.
En otras palabras, cuanto más lejos en el futuro esté una recompensa, menos influencia tiene en nuestra toma de decisiones actual.
De nuevo la inmediatez con que vivimos responde a la condena que cargamos; haciendo que nos desentendamos incluso de las versiones de nosotros que aún no conocemos.
Con la influencia generalizada de la tecnología, las personas son bombardeadas constantemente con estímulos que compiten por su atención y energía. Tal flujo de información fomenta una cultura de gratificación instantánea y pensamiento a corto plazo, lo que nos hace cada vez más difícil resistir el atractivo de la procrastinación.
Somos una sociedad hedonista e impaciente, el retrato colectivo de un niño mimado al que nunca se le dice que no, ni se le enseña a que no siempre puede tener lo que quiere. Tenemos infinitas posibilidades: tanto como podamos comer, vestir, fumar o hacer está a nuestro alcance, y nosotros, inmóviles.
Tenemos autos que se manejan solos. Ya no esperamos a que en la radio suene nuestra canción favorita, solo se la pedimos a Alexa. Las luces de la casa se encienden solas y el celular nos recuerda a qué hora debemos dormir.
Tenemos opciones light en el supermercado y el primer lugar del mundo en sobrepeso. Tenemos terapeutas virtuales gratuitos y cada vez más casos de suicidio.
Lo tenemos todo, y entre tanto, no nos damos cuenta de que nos reducimos a ser nada.
La procrastinación, más que idiosincracia, es el reflejo de nuestra ambivalencia posmoderna, la paradoja del vacío entre tanta abundancia.
El cansancio
A Byung-Chul Han, filósofo y teórico contemporáneo, le interesa escribir sobre temas como el estrés, el agotamiento y los desafíos de la sociedad actual. Uno de sus argumentos es que la prevalencia de los problemas de salud mental están relacionados con el surgimiento de lo que él denomina "sociedad del logro" o "sociedad del desempeño".
En esta sociedad, las personas estamos constantemente presionadas para desempeñarnos, sobresalir y lograr el éxito en todas las áreas de nuestras vidas. Esta incesante búsqueda de productividad y éxito, impulsada por las tecnologías digitales y la tendencia social a la positividad excesiva, ha creado una cultura de hiperactividad y esfuerzo excesivo en la que, paradójicamente, no estamos haciendo nada.
Un mecanismo de opresión silenciosa se está escondiendo detrás de la cultura del rendimiento, entre todas esas frases de motivación personal; mientras somos bombardeados por mensajes que nos piden que hagamos más, que seamos mejores, más capaces y menos quejumbrosos.
Que si no nos gustan nuestras vidas es porque no estamos haciendo lo suficiente para cambiarlas. Que si no nos alcanza el dinero es porque estamos cómodos trabajando ocho horas al día.
Todo se trata de lo que puedes ofrecerle al sistema, y lo que él, a cambio, puede darte.
Así bien, tú le das los mejores años de tu vida y él, a cambio, te da síndrome del impostor, ansiedad y un sentimiento de insuficiencia que parece nunca acabar.
El énfasis en el individualismo, la competencia y la mejora continua en las sociedades neoliberales contribuye a que nos sintamos cada vez más aislados, desesperados y alienados.
A pesar de nuestros mejores esfuerzos, siempre hay una nueva meta que alcanzar o un estándar más alto que cumplir. Nunca hay suficiente éxito, estatus ni dinero en el banco; nos sentimos eternamente insatisfechos y por eso optamos por no actuar. Al menos no ahora, al menos no en este momento; por lo menos así podemos regular la angustia y encontrar, entre este capitalismo salvaje, un momento de calma.
Pero vivimos atrapados en una ilusión de libertad, y estamos cómodos con el sistema que nos lleva al límite. Somos fanáticos de los best-sellers de superación personal. Aplaudimos a quienes dejan de comer, dormir o salir de fiesta con el afán de “mejorarse” a sí mismos.
Seguimos a los creadores de contenido que refuerzan la noción de que la felicidad y la plenitud se pueden lograr mediante la validación externa y el éxito material, y lo creemos con fervor.
Estas narrativas perpetúan el mito de que los individuos tenemos control total sobre nuestros destinos, y que la realización personal puede lograrse mediante el esfuerzo, aunque, desde una perspectiva sociológica, esto no es posible: factores relacionados con estructuras sociales, normas culturales y desigualdades sistémicas son los que lo determinan. Por más que te esfuerces, si no tienes las condiciones necesarias para sobresalir, probablemente no lo harás.
Así que, ¿para qué intentar?
El agotamiento y el rendimiento se terminaron convirtiendo en aspectos centrales de nuestra existencia. Nos obsesionamos con el éxito, la productividad y la eficacia, pero pagamos el precio con nuestra salud mental.
Por eso procrastinación para mí es una palabra creada para hacernos sentir culpables de no saber administrar nuestro tiempo con la óptica capitalista del mayor rendimiento en el mayor tiempo.
El cansancio aísla y divide, y una sociedad cansada no persiste; es en el espacio de no hacer nada en donde reflexionamos quiénes somos y nos apropiamos de la inactividad para hacer frente a este sistema que devora nuestras vidas.
Porque no somos proyectos ni productos sin terminar, somos seres humanos intentando llevar una existencia acorde a lo que nos haga sentir vivos.
Ten cuidado con el vacío tras una vida tan ocupada.
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